Es de todos conocido el viejo cliché de la suegra gorda, fea y sangrona, que odia a sus yernos por considerarlos inferiores e indignos de sus propios vástagos. A mi me tocó todo lo contrario.
Doña Carmelita, la madre de mi esposa, fue una mujer lindísima, muy detallista, excelente madre y abuela y una incansable ama de casa. Desde que la conocí nos llevamos muy bien y en muchas ocasiones iba a verla para platicar, aunque mi novia no estuviera en casa. A sus sesenta años era una mujer muy activa que nadaba todos los días dos kilómetros en la alberca de CU.
Doña Carmelita sufrió desde muy joven de hepatitis C, y aunque vivió mucho tiempo con cirrosis hepática nunca dejó que la enfermedad la detuviera un solo segundo en toda su vida, hasta que la misma cirrosis le produjo un tumor canceroso que eventualmente le quitó la vida.
Hoy hace un año que falleció mi suegra, una de las mujeres más lindas que he conocido en mi vida. Descance en paz.
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